Martes santo- Suplicios que los enemigos hicieron sufrir a Cristo

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-Martes santo: ¿Cómo es nuestra fe?


MEDITACIONES PARA LA SEMANA SANTA
- MARTES SANTO


ORACION INICIAL
Que pueda quitarme de encima lo que me estorba y el pecado que me ata, para correr en la carrera que me toca, sin rendirme, sin abandonar, fijos los ojos en ti, Jesús que ya has corrido, y que inicias y completas nuestra fe. Tú mismo, renunciando al gozo inmediato que siempre el mundo ofrece, soportaste con entereza la cruz, sin importante la ignominia y el desprecio de los importantes.

Que no me canse yo ni pierda el ánimo; todavía no he llegado a la sangre en mi pelea contra el pecado. Acepto con gusto la corrección que me viene de ti, Padre Dios, aunque me duela, porque lo único que pretendes regalarme, como fruto de mi conversión, es una vida resucitada, semejante a la de tu Hijo. Fortalece, Señor, mis manos débiles y haz fuertes mis rodillas vacilantes, para que camine seguro por tu senda.

Quiero imitarte, Jesucristo, para poder llegar y vivir en la familiaridad con Dios, tu Padre y nuestro Padre. Corta con mi vida anterior, radicalmente, para que sea posible en mi el comienzo de una vida nueva.

Ayúdame a poner entre lo anterior y lo que viene una muerte necesaria. Que las aguas del bautismo, en las que Tú mismo quieres bautizarme: las aguas de tu sangre, sepulten mi cuerpo de pecado y despojen mi vida de los bajos instintos y de todas las obras de la carne; para emerger después -como Tú-de esas mismas aguas como si me levantara de la muerte, lavado y purificado, resucitado, convertido en espiga de mil granos.



MEDITACIÓN DE LA MAÑANA




Adoremos a Jesucristo que nos enseña con su ejemplo, antes de dejar la vida, a arrancar de nuestro corazón las dos pasiones que más dañan a los hombres: la pasión del placer y la pasión del orgullo; a la pasión del placer opuso los más agudos dolores, a la pasión del orgullo opuso las humillaciones más ignominiosas.

 Pidamos perdón a Jesucristo de nuestra corrupción, cuya expiación le ha costado tanto, y agradezcámosle haber querido soportar, para curarnos, los suplicios e ignominias de su dolorosa pasión.


PUNTO PRIMERO 
- SUPLICIOS QUE LOS ENEMIGOS DE JESUCRISTO LE HICIERON SUFRIR




Estos hombres, inhumanos y crueles hasta la ferocidad, no dejaron en el cuerpo de Jesús ninguna parte sin especial tormento. La noche que precedió a su muerte le martirizaron abofeteando su divino rostro; el día mismo de su muerte desgarraron, a fuerza de azotes, su adorable carne; le dejaron manando sangre; todo su cuerpo no fue sino una sola llaga; sus huesos quedaron descubiertos, y su cabeza fue coronada de espinas.

Después de tantos suplicios, le hicieron llevar la Cruz hasta el Calvario; allí le crucificaron, clavándole sus pies y sus manos y le amargaron la boca con hiel y vinagre. Meditemos estos espantosos suplicios; entremos en el pensamiento del Dios que los sufrió y quiso con esto inspirarnos odio a nuestra carne.

¿Quién se atreverá, después de esto, a regalar su cuerpo, a evitar los padecimientos, y entregarse a los goces y placeres? ¿Quién no se decidirá a mortificarlo y hacerlo sufrir? No se puede ser cristiano, sino con esta condición.

¡Qué examen debemos hacer aquí en nosotros mismos! ¡Cuántas reformas en nuestros sentimientos y en nuestra conducta! ¡Amamos tanto los placeres, tememos tanto las penas y padecimientos! ¿Cómo nos atrevemos a llamarnos cristianos?



PUNTO SEGUNDO 
– LOS OPROBIOS QUE LOS ENEMIGOS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 
DESCARGARON SOBRE ÉL


En el Huerto de los Olivos, fue preso y conducido como un criminal a casa de Caifás, en medio de mil gritos insultantes. La noche que sigue a su prisión fue entregado a merced de sus enemigos, que lo martirizaron abofeteándole y escupiéndole en el rostro; y después de esto le vendaron los ojos y le hirieron con duros golpes y le gritaron: “Adivina quién te ha herido”.

El día que siguió a esta afrentosa noche, le arrastraron por las calles de Jerusalén, vestido como un loco: Se mofaban de Él y le insultaban como a un malhechor. Llevado en seguida al tribunal de Pilatos, fue puesto al igual de Barrabás; todo aquel pueblo, que poco antes le había recibido en triunfo, proclamó que Barrabás, ladrón y asesino, era menos culpable que Él, y pidió con gritos de rabia y furor la muerte de Aquel que no había hecho jamás sino el bien.

Después se le coronó de espinas, se le echó sobre sus hombros un jirón de púrpura, como manto real, y se le puso en la mano una caña, a guisa de cetro, y todo el pueblo se mofó como a rey de burlas. ¿Dónde está su renombrada sabiduría? No se le consideró ya sino como un loco.

 ¿Qué se hizo de su gran poder? No se vio allí sino debilidad. ¿Qué se hicieron su inocencia y su santidad? No fue ya en la opinión pública sino un criminal, y un blasfemo más digno de muerte que los ladrones y asesinos.

Se le crucificó entre dos ladrones como el más criminal de ellos; y todo el pueblo, agrupado alrededor de la Cruz, le llenó, hasta su último suspiro, de insultos y desprecios.

 HE AHÍ CÓMO JESUCRISTO NOS ENSEÑA LA HUMILDAD, LA SUMISIÓN, LA DEPENDENCIA; HE AHÍ CÓMO CONDENA EL ORGULLO, que no puede sufrir los menosprecios, que se impacienta por las cosas más ligeras y murmura por las más pequeñas contradicciones;

 CÓMO CONDENA EL AMOR PROPIO, que se subleva por la preferencia dada a otros, las susceptibilidades y las pretensiones;
HE AHÍ CÓMO NOS ENSEÑA A CONTENTARNOS SOLAMENTE CON LA ESTIMACIÓN DE DIOS Y A NO HACER CASO DE LOS JUICIOS HUMANOS, DE LA OPINIÓN PÚBLICA Y DE LOS VANOS DISCURSOS DE LOS QUE SE BURLAN DE LA PIEDAD.

 ¿Qué fruto hemos sacado hasta el presente de estas divinas enseñanzas? ¿Qué progreso hemos hecho en la tolerancia de los desprecios, de las palabras ofensivas y de las heridas del amor propio?
¡Oh Jesús, verdaderamente humilde, tened piedad de nosotros y convertidnos!

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Propósito
1º De abrazar de todo corazón las ocasiones de mortificarnos o de humillarnos;
2º De renunciar a la pretensión del orgullo y del amor propio, como a toda sugestión de sensualidad.

 Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “Armaos con el recuerdo de los padecimientos de Cristo en su carne”.

Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus). Segundo tomo: desde el Domingo de Septuagésima hasta el Segundo Domingo después de Pascua. Segunda Edición argentina, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1962.



ORACION FINAL
Nos has comprado, Señor, con tu sangre, de toda raza, lengua, pueblo y nación: Conduce a tu Iglesia, que es tu pueblo nuevo, conduce a la humanidad entera a esa Pascua tuya de la vida. Atravesado por la lanza de un anónimo soldado, sabes ahora, supiste siempre sanar nuestras heridas.

Y si para hacernos saber que Tú sí perdonabas, te dejaste clavar en una cruz, perdona otra vez a aquella adúltera, rota, sola, despreciada pero arrepentida; perdona de nuevo a aquel publicano del templo de ojos casi en la tierra, suplicando; perdona otra vez a aquel Zaqueo, tan bajito él pero que tanto había robado; perdona otra vez al ladrón que muere a tu costado; perdona a los que durante tu agonía se burlaron de ti y blasfemaron...

Perdónalos, porque de todos ellos hay mucho en cada uno de nosotros. Y si les perdonaste a ellos, fue para decirnos que también a nosotros quieres perdonarnos.